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Para disfrutar al máximo de Bohemian Rhapsody te tiene que gustar o emocionar la música de Queen. Esto es así. Desde luego es una película echa para las generaciones que ha crecido/bailado con el We Are The Champions o el Don’t Stop Me Now. Los que sólo la vean por ser para pasar no la tarde sólo se fijarán en los aires de telefilme y sus problemas narrativos. Y es una pena.

La cinta apunta maneras en los primeros minutos con un prólogo, pero luego se mantiene a velocidad de crucero, sin dejarnos tiempo a conectar con los personajes. Con EL personaje. Los inicios de la creación de Queen, la relación de Freddie con la que fue su mujer y los conciertos de los primeros éxitos de la banda se suceden apenas sin coger aire y con un montaje atropellado.

No es hasta más adelante que, gracias al magnetismo que aporta Rami Malek, un montaje más oxigenado y una dirección menos malograda (a saber si es la del acreditado Bryan Singer o el ninguneado Dexter Fletcher), el ritmo y nuestro interés aumentan de forma exponencial. Ahí es cuando tienen toda tu atención. Con las pullas de los miembros de la banda, los excesos de drogas y sexo homosexual (que se va cociendo a fuego lento sin caer en el mal gusto) y el nacimiento de la propio Bohemian Rhapsody.

Pero el clímax de la película llega en el tramo final. Los últimos 20 minutos son un fin de fiesta que personalmente deseaba pero que de ninguna manera esperaba que hicieran. Es una forma emotiva y de esas que te ponen la piel de gallina de acabar el viaje de una estrella a punto de apagarse pero que sigue viva por su pasión desmedida. Sí, lo habéis adivinado: el conciertazo del Live Aid que tuvo lugar en Julio de 1985. ENTERITO. De ahí que sean 20 minutos de infarto.

Es en ese momento donde Malik se entrega por completo. Sus movimientos, sus gestos y su carisma sin caer en la parodia hace que su interpretación sea sublime. Y era difícil hacerlo bien sin que el espectador acabara pensando todo el rato: leches, no es él. No ocurre. Al menos cuando está encima de un escenario. Cuando lleva bigote, unos tejanos decolorados hasta el ombligo y la estrechísima camiseta de tirantes blanca no ves a nadie más.

Lo mejor: El concierto final del Live Aid a pesar de su dirección repetitiva.

Lo peor: El montaje atropellado de la primera media hora.

Baldómetro: 4/5 Buena